El principal reto que los Poderes Públicos deben atender es el hecho que se desprende una manifiesta situación en la que, mientras los poderes públicos tienden a resolver nuestros problemas, la sociedad tiende a desentenderse de ellos; con lo que el problema revierte de nuevo a los Poderes Públicos. En el momento en que la falta de confianza les apunta a ellos se evidencia cierto colapso en su capacidad de actuación, se trata de un reflejo propio del desarrollo del estado del bienestar en un sistema democrático demasiado paternalista y autoritario característico en nuestra sociedad.
Economía y exclusión social urbana. Las aglomeraciones urbanas se muestran como un marco de oportunidades al desarrollo personal y profesional atrayente para una sociedad abierta y un modelo productivo competitivo, pero a su vez se muestran que la esfera pública se ve empobrecida con la visible desafección de la propia ciudadanía, comportándose como contenedores de problemas en la medida que extrañan la sociedad y sus barrios más desfavorecidos acogen y estigmatizan a los colectivos más susceptibles de ser marginados. El conjunto del territorio se muestra excluyente, estructurando la sociedad en función del capital humano que contiene y ajeno en buena medida a la calidad de su relacionabilidad.
Participación ciudadana y desafección pública. La acción política tiende a reconocer la necesidad de aproximarse de nuevo a unas nuevas sensibilidades basadas en el conocimiento de nuestra compleja y variable realidad, pero el principal escollo sigue siendo la falta de apoyo transversal del conjunto de la sociedad. Por ello las respuestas no deben de venir únicamente de un estado omnipotente director de la esfera pública y social, están en la propia sociedad y en su capacidad de interrelacionarse entre sí. La participación ciudadana, que en su día fue un estímulo para la acción política, se ha convertido en un instrumento en cierto modo manipulado y canalizado por la propia actividad política que observa pasivamente sus propias limitaciones.
Servicios sociales y la familia. La progresiva desestructuración de las redes tradicionales de protección social sustentadas en la familia y asentadas en el rol de la mujer plantea importantes desafíos a la gobernabilidad de la sociedad, obligando a los Poderes Públicos a definir nuevas estrategias en pro del modelo de bienestar social. La amplia incorporación de la mujer en la vida laboral ha mostrado la incapacidad del modelo productivo de compaginar la atención familiar con la vida laboral, así como los déficits de un estado democrático precoz.
Responsabilidad social y su significación. En el marco de la competitividad y el progreso profesional y formativo que la sociedad de producción y consumo nos exige mostramos las limitaciones de nuestras aptitudes y capacidades como personas y como colectivos al descuidar la sensibilidad cultural de nuestra sociedad. Tiene sentido esperar una mejor organización de los Poderes Públicos, del mismo modo que lo es valorar aquello a que estamos dispuestos a renunciar para compatibilizar nuestra vida, nuestra vitalidad, con nuestra cultura de acogida. Renunciar no implica sucumbir, al contrario, si la renuncia viene dada por un objetivo personal o colectivo, como el formar una familia, ayudar al prójimo, o ayudarse a sí mismo. Se han perdido valores con las prisas por obtener prestigio laboral o social en la esfera pública, desatendiendo la calidad de las relaciones humanas. Por ello es necesario promover una comunicación sensible y responsable en sus contenidos y su significado, tanto por parte de los medios de comunicación actuales como por los medios de transmisibilidad cultural tradicionales: política, educación y espiritualidad.
Respuestas. Identidad cultural e integración social. El estado del bienestar es un concepto vacío en sí mismo si no le aportamos sensibilidad cultural y le damos un significado que nos haga co-partícipes de su función y su responsabilidad. Los Poderes Públicos deben ser más eficientes, sensibles y responsables con su función social, pero es la cultura social en su conjunto la que debe responder. La respuesta está en atender la calidad de la identidad cultural, en interpretar y reconocer la capacidad de acogida de los cambios económicos y sociales de las sociedades en las que se sustenta, con sus valores, costumbres, tradiciones y sus medios de gobernabilidad característicos. Toda sociedad tiene una identidad que le es propia, y sobre ella se transmite la cultura urbana. En la medida que la menospreciamos deterioramos nuestra sociedad, y en la medida en que la identificamos la recuperamos y nos beneficiamos de su función integradora.
Andreu Marfull i Pujadas
2011-11-01