El derribo de las murallas que circundaban el casco antiguo de Barcelona, la apertura de vías de comunicación directa (calles de Fernando, Jaime I, Princesa, Conde del Asalto, Unión y otras), y la construcción del Ensanche, fueron causas cronológicas de que se estableciera en nuestra ciudad la industria de alquiler de coches que tan alto grado de desarrollo llegó a alcanzar hasta el año 1925, durante el que inicióse rápidamente su ocaso, después de los apoteósicos concursos de enganches celebrados en 1924 y 1925, consumándose su total desaparición en 1936, después del Glorioso Movimiento.
A principios del pasado siglo, cuando aquella industria empezó a nacer, eran pocos los carruajes que circulaban por el interior de la capital; la angostura de las calles, la prohibición de correr por aquellas, sus murallas, paseos interiores, Barceloneta y playa, la cortedad de las distancias y la prohibición de que los carruajes tuvieran ruedas con “mugrones” en las cabezas de los clavos, eran motivo suficiente para que los carruajes que se utilizaban entonces, carretelas, omnibus, berlinas y tartanas, sólo se usaran por los barceloneses para trasladarse a algún punto del naciente Ensanche, a Gracia, San Gervasio, y otros pueblos del mismo radio.
Pero el rapidísimio aumento de la población fué causa de que, ya en 1850, se establecieran varias cocherías, entre las cuales ocupaban la primacía en antigüedad la de “C’al Quim de la Malaya”, instalada, hasta su desaparición hace pocos años, en la calle de la Plata, esquina a la de la Merced; la de “C’al Nen Gurguí”, establecida en la calle Ancha, esquina la de Serra, y la “d’en Calvet” que se hallaba en la calle de la Unión, número 9.
La competencia entre las varias cocherías establecidas y la falta de un reglamento que regulara las relaciones entre los mismos alquiladores y el público, obligó en 1852 al Alcalde en aquel entonces, a dictar, en cinco de agosto, el primer reglamento referente a los carruajes de alquiler, a su estacionamiento para los de punto y a sus precios y a los aires a que debía ser conducido el caballo o los caballos, según que éstos fueran uno o dos y el servicio más o menos urgente, como también señalaba las prohibiciones a que estaban sujetos los dueños de cocherías para no convertir las calles de la ciudad en caballerizas o depósitos de carruajes.
El buen sentido del gremio de caleseros, el desarrollo del negocio y el acrecentado esmero en el servicio, hicieron desaparecer todo abuso y, así, en 1870 se hallaban establecidas numerosas cocherías de la importancia y lujo que tuvieron las de Jacinto Amat, en la calle de Santo Domingo del Call; después se trasladó a la calle de San Honorato y finalmente a la de Escudillers; la de Bigorra, en la calle del Pino, números 1 y 3; la de Andrés Milá, conocido por “Andreu”, en la calle Ancha de dónde pasó a la de Escudillers número 12, chaflán a la Nueva de San Francisco; la del “Toscano”, que llegó a tener 30 caballos y la de J. Rosell “Barrabás”, en la Barceloneta: las de los tres hermanos “Francisquet”, el mayor de los cuales llamado “l’hereu Francisquet”, la tenía en la calle del Conde del Asalto, cuyo “hereu Francisquet” era de costumbres originales pues siempre iba en mangas de camisa y sombrero de copa alta, que no se lo quitaba aún cuando durmiera en una silla junto a la puerta de su establecimiento. Por su mal carácter se le llamaba el “el Guit”. Instaló también una sucursal en la Rambla de los Estudios, en el edificio donde actualmente está el Banco Popular de los Previsores del Porvenir. Los otros dos hermanos “Francisquet” se establecieron en la calle de Caspe, frente a la iglesia de los Jesuitas. Su cochera era conocida con el nombre de “a c’an Xarana”.
Otras cocherías importantes, eran las antiguas, fueron las de Eduardo Manau, en la Rambla de las Flores, esquina la calle del Carmen de donde se trasladó a la calle de Lauria, a un edificio construido expresamente, hoy número 59, en el que pocos años después se instaló Enrique Cot “l’Enric del tret”; la de Bienvenido Andreu instalada en el Paseo de Gracia, en la casa que hubo donde actalmente existe la del número 43; la de Federico Badal, en la calle Consejo de Ciento número 328, chaflán a la de Clarís, número 120; la de José Cuxart, hombre grueso, que iba también siempre en mangas de camisa y llevaba patillas, en la calle del Consejo de Ciento número 338, cochería que después pasó a su hijo José. El José Cuxart, padre, estableció a otro hijo suyo, Isidro, en la calle de la Diputación, número 277, en el establecimiento que compró a Munné, pasando éste a la calle de Aragón número 282, en el local que hoy es café restaurante Madrid-Barcelona, trasladándose después, al chaflán Aragón-Claris.
Muy antiguas eran también las de Juan Tomás, “el mallorquín” en el pasaje de la Concepción, la de Arturo Vila “el patillas”, en la calle de Gerona número 133; la de José Arau “Sendra”, se estableció, primero en la calle de Wifredo y de allí se trasladó a Gracia, donde llegó a tener 26 caballos, sirviendo los coches de los casinos… cuando éstos tenían coches para sus socios, aquél Andrés Milá, que ya en el año 1850 se habá establecido en la calle de Escudillers, estableció después a su hijo Andrés Evaristo “Evaristo” en el paseo de Gracia número 76.
Estos establecimientos fueron los que por su esmerado servicio y por la excelente presentación de coches y caballos, cimentaron la industria de coches de alquiler, que tan alto grado de brillantez hubo adquirido ya en 1880 y más lo adquirió a raíz de las carreras de caballos celebradas de 1883 a 1896, con los famosos desfiles por la Gran Via, de los carruajes que habían acudido al hipódromo.
Y fué tal el incremento que adquirieron las cocheras que en 1901 se contaban en Barcelona nada menos que 105 de ellas, casi todas buenas, sobresaliendo con sus diez años sucursales la perteneciente a don Francisco Casany, instalada en la calle de Cortes 336 y Bruch 72, de cuyas cocheras salieron los enganches cuyo grabado aparece en esta página y que fueron premiados en el Concurso de Enganches celebrado en esta ciudad en 1903.
Francisco Casany fué el alma, en 1910, de la constitución de la Compañía General de Coches y Automóviles, compañia que contaba con un capital de 4.000.000 de pesetas, con treinta sucursales, un millar de carruajes y más de quinientos caballos.
Los enganches barceloneses, tanto si eran de particulares, como de alquiler, de casinos o de plazas, por su buen gusto, estética, riqueza y número alcanzaron justa y merecida fama europea y su contemplación causaba sorpresa y admiración a cuantos forasteros, nacionales y extranjeros, visitaban nuestra ciudad.
No he de analizar las causas que contribuyeron y ocasionaron su desaparición. Hoy, como buen barcelonés, sólo me queda el triste consuelo de recordar con añoranza el aspecto de la alegría, distinción y prestancia señorial que a las calles y paseos de Barcelona daban aquellos magníficos enganches en el siglo de oro del caballo.
DIARIO DE BARCELONA 9 d’agost de 1945
segur que eren molt macos però pots comptar com estaven el carrers de bruts a part que els pobres cavalls segurament al cap del dia acabarien esgotats pobrets. gràcies pel record.