Hacia la profesionalización del urbanismo, en Ciudad Juárez y en medio mundo

Hacia la profesionalización del urbanismo, en Ciudad Juárez y en medio mundo

(o la misión política de la Nueva Agenda Urbana)

Andreu Marfull  –  2019/mayo/10

Ciudad Juárez es especial, única, por muchas razones.  

Ciudad Juárez presenta importantes carencias o da señales de problemas de difícil solución aparente, porque requiere repensar el sentido de las ciudades mismas y el sistema económico que las modula, de un modo apenas explorado. En un primer vistazo, se puede observar y analizar la dispersión urbana, así como el tamaño de la dispersión industrial, en una ciudad desconectada, precaria, insegura y marginal, cosa que plantea la duda razonable de si existe un grado de profesionalización apropiado de la actividad urbanística. Pero el problema urbano contiene otras expresiones que requieren de un estudio a medida, como:

  • Una planeación urbana que fomenta la expansión de barrios marginales que son destinados a población obrera al servicio de la empresa maquiladora transnacional, junto a demás formas de expansión urbana basada en la invasión tolerada que apuntan a una ausencia de mecanismos de disciplina urbanística y a un modelo urbano que fomenta el dinamismo industrial pero no la inclusión social.
  • La baja calidad de las construcciones en general. La ausencia de mantenimiento de las mismas, la obsolescencia de sus usos e incluso su abandono generalizado, en medio de espacios baldíos en toda la ciudad que especulan con la esperanza de encontrar un agente inversor interesado, sin plan urbano que les apoye.
  • El estado inacabado, marginal y eminentemente descuidado de la urbanización, de las calzadas, las banquetas, los parques, las plazas y el mobiliario urbano, así como la precariedad absoluta de unas infraestructuras de obra civil inadecuadas, donde destaca la inexistencia de una red efectiva de recogida de las pocas aguas pluviales que se precipitan, que causa graves inundaciones únicamente con leves lluvias, en un clima semidesértico. 
  • La dependencia absoluta del automóvil, la falta de una cultura de la señalización del tráfico y el diseño vial seguros, que ocasiona una circulación imprudente y crea un espacio violento, que no contempla las necesidades de los transeúntes, y mucho menos de aquellos que, por razones de edad, salud y dependencia requieren de una atención especial.
  • La excepción de conjuntos habitacionales privilegiados que se hayan cerrados con un único acceso, vigilado, que tienden a agruparse sin orden ni control sobre un espacio, en teoría, protegido por su interés agrícola, en los que la imagen interior es de cuidado, pero la exterior es un muro entre rejas.
  • Y la construcción, conjunta, de un espacio para la violencia pública que afecta de un modo singular a las mujeres y los niños, y convive con una violencia estructural asociada a la marginación y al crimen, ya sea organizado o bien desorganizado, que está a su vez relacionado con la exclusión social y el tráfico de drogas y otras mercaderías que hacen de la frontera un espacio en conflicto inevitable, armado y militarizado.

Visto con esta perspectiva, tas una exploración más serena que apunte a sus causas, rápidamente salta a la luz la evidencia de que se trata de un reflejo de un problema de gran calado que se encuentra desatendido. Y tiene que ver con la desigual construcción de la metrópolis binacional que forman Ciudad Juárez y El Paso, unidas en muchos sentidos pero distintas en muchos otros. Pero, ¿se tiene realmente conciencia de ello? La respuesta no es sencilla. Existe una conciencia generalizada de estas realidades, y se habla de ello, activamente, en la universidad juarense. Existe indignación y preocupación, así como estima y compromiso con la ciudad, pero, sin embargo, parece que nadie lo afronte realmente, porque ni es fácil ni existe un debate consensuado sobre su naturaleza que permita avanzar como es debido. Así, por necesidad, se acepta la ciudad tal y como es y se normaliza la aceptación de su estado de abandono, de modo que toda posibilidad de iniciar un debate comprometido, dispuesto a repensar el futuro de la ciudad, rápidamente se aborta porque desata una tensión lógica. En el trasfondo, planea la conciencia de que el problema no es únicamente juarense, ya que es estructural al sistema político, económico y social mexicano y latinoamericano, y está relacionado con la historia de la globalización económica, de raíz colonial, y su compleja y desigual relación con los Estados Unidos de América, que apunta a razones de explotación de bienes y recursos asociados a una corrupción generalizada, al menos, del contrato social, que no es únicamente juarense, ni mexicana. Es global. Debido a ello, se trata de un tema incómodo, evitado por la ciudadanía juarense y, muy especialmente, por los medios de comunicación y el espectro político, en México y por lo general en todos los países del mundo. Descubrir Ciudad Juárez es, en cierto modo,

contemplar la lucha de la construcción sociocultural que se enfrenta a un constructo político-económico cuya principal expresión es la imposición de una desigualdad desacomplejada. Pero su lucha no solo es local, porque su adversario es global. Es, por esta razón, (parafraseando a Lefebvre) un lugar privilegiado donde el pulso por el derecho a la ciudad es un verdadero desafío global.

El debate atañe a un problema global que es, por la naturaleza de la situación, inhábil en las esferas locales, débil en las nacionales e incipiente en las transnacionales. El debate transnacional que aborda las causas de las injusticias, las desigualdades y la violencia global siempre ha estado abierto, pero parece que ahora lo hace con una nueva perspectiva. Bajo el manto de la Carta de las Naciones Unidas de 1945, se ha desarrollado un debate que, tras décadas, ha creado lo que se denomina la Agenda 2030. Dicha agenda se propone erradicar la pobreza, disminuir las desigualdades y proteger el planeta, y para ello ha establecido hasta diecisiete Objetivos para el Desarrollo Sostenible, o ODS. Todos son importantes, el principal el número uno, dirigido a poner fin a la pobreza, pero aquí se destaca el número once, dirigido a las ciudades y los asentamientos humanos. Está enfocado a combatir la inequidad y la inseguridad urbanas, y a promover la resiliencia de los espacios más vulnerables y fomentar una mayor sostenibilidad desde la planeación y el diseño urbanos con el horizonte puesto en el porvenir, la justicia y el equilibrio natural entre todos y con el resto de los seres vivos. 

Es evidente que en Ciudad Juárez planean problemas que no son únicamente locales y nos hablan de un problema común en muchas ciudades del mundo, que se acentúa por la peculiaridad fronteriza que la caracteriza, del que se es consciente. Forma parte de la lista de asuntos a resolver, o corregir, en el horizonte de la Agenda 2030. En esta línea, la Nueva Agenda Urbana (Quito, 2016), que desde la plataforma ONU-Hábitat de las Naciones Unidas desarrolla el ODS número once, establece, en su Artículo 15.a, el compromiso de trabajar en pro de un cambio de paradigma urbano que reoriente la manera de planificar, financiar, administrar y gestionar las ciudades y los asentamientos humanos. Dicho compromiso viene dado por la evidencia de la insuficiencia generalizada de recursos técnicos y financieros para un desarrollo próspero y sustentable del proceso de urbanización, en especial en las ciudades de los países en desarrollo, y, de forma destacada, en las ciudades secundarias, aquellas que por su condición periférica se encuentran en una situación de dependencia o inferioridad ante otras de condición más capital. Estas ciudades se encuentran más expuestas a los efectos colaterales de la globalización económica, cuando en lugar de porvenir construye exclusión. Uno de ellos, principal, es la desigualdad que impera en todas partes y es capaz de desplazar poblaciones enteras hasta que se encuentran frente a duras fronteras que les son imposible rebasar. Otro, también principal, es la construcción de un espacio marginal que alimenta otro privilegiado, pese a la resistencia o negación para aceptar esta evidencia y su relación con la debilidad y las contradicciones de la idea misma del derecho al desarrollo que la Agenda 2030 promete.

Las Naciones Unidas y la simple observación constatan, de un modo generalizado, la creación de ciudades en expansión dispersa y fragmentada; la incapacidad de garantizar una correcta infraestructura de bienes y servicios; así como la acumulación de espacios marginales, de economía informal e inseguridad; a la par que la sobreexplotación de los recursos naturales, cuantiosos daños para el medio ambiente y el deterioro creciente de los sistemas biológicos.

Todo ello, adquiere una especial relevancia al considerar las dos tendencias globales que anuncia las Naciones Unidas y se exponen a continuación:

  1. En las próximas décadas, el 95% de la expansión urbana tendrá lugar en el mundo en desarrollo, donde el porcentaje de planificadores cualificados es más bajo, o prácticamente inexistente.
  2. Se prevé un crecimiento de 1.000 millones de personas viviendo en ciudades, entre los años 2015 y 2030, hasta alcanzar la cifra global de 5.000 millones.

Es decir, el problema es acumulativo y se prevé que se acelere en los próximos años, en especial en sus puntos o espacios más débiles desde el punto de vista de las desigualdades estructurales del régimen económico globalizado, caracterizado por el estímulo de la competencia basado en el pulso por la acumulación de los capitales privativos que la dinamizan.

Pero, entrando en más detalle, ¿por qué ocurre este proceso de urbanización desigual? Y, ¿por qué el crecimiento previsible se dará en la forma de ciudades informales?

En primer lugar, destacar que las ciudades en las que la actividad económica, los servicios, los bienes y la renta familiar son más altos, es decir aquellas que representan el paradigma de vida metropolitano actual, pese a tener también sus propios conflictos o espacios de crítica, están en un proceso de consolidación estable en constante regeneración urbana y no están expuestas a los extremos alarmantes de la magnitud de los problemas aquí expuestos. Ello es debido a que, por lo común general, participan del beneficio de un contrato social más justo y han sido capaces de crear una economía pública con mayores capacidades, que puede construir espacios de confort y destina recursos para su constante mejora y conservación. Dichas ciudades se destacan en los países denominados desarrollados y, de forma siempre puntual y especial, en países donde impera la riqueza económica pero también una gran desigualdad. El resto de ciudades, que se concentran en los denominados países en desarrollo, se encuentran a expensas de la construcción de una ciudad pobre en constante expansión, tanto en sus construcciones como en su urbanización y sus infraestructuras, porque la sociedad es pobre, como también lo es la hacienda pública. Allí, las ciudades no se cuidan ni se mejoran, solamente acumulan los rostros de la marginación, la desigualdad y la mayor especulación que contiene un contrato social con menos capacidades de las que disponen los llamados países desarrollados.

En segundo lugar, para acabar de comprender la magnitud de esta desigualdad, que tiene que ver con el desigual desarrollo del bienestar entre países y dentro de los mismos, valga decir que forma parte del comercio mundial que dinamiza el capital privatizado y la desigual construcción de la diversidad de contratos sociales que participa de él, sin lo cual es imposible crear plusvalías capaces de alimentar el siempre proceso acumulativo del capital. Así, una parte de la gran comunidad humana trabaja para la otra, y todos lo hacen para sobrevivir a costa de la desprotección del planeta, o de la desigual protección del mismo.

Todas las ciudades reflejan desigualdades y carencias, y participan de un único sistema del constructo económico y comercial, pero éste las transforma en piezas con distinta función. De un modo apenas reconocido, todas las ciudades explotan cuantiosos recursos y generan residuos, que no son reciclados en su totalidad, y solamente unas cuantas tienen capacidad técnica y financiera para hacerle frente, las mismas que son capaces de invertir en su mejora y constante regeneración. Y de otro modo tampoco reconocido, resultado de la expansión global del sistema de explotación humano, unas ciudades están enfocadas a la creación y exportación de las plusvalías (de vocación pobre y marginal) y otras a su consumo e importación (de vocación rica y privilegiada). Esta doble tendencia, a medida que transforma el espacio y las relaciones humanas, en su totalidad, es capaz organizar las desigualdades a su vez en regiones, dando forma a múltiples fronteras por razones económicas como la existente entre Ciudad Juárez y El Paso. Lo que antiguamente era la construcción de metrópolis industriales donde vivían los empresarios y el proletariado, que como es sabido entró en conflicto, ahora se ha extendido hacia macro regiones mundiales en las que se acumulan, en un lado, el proletariado, y en el otro el empresariado, pero también los productores por un lado y los consumidores por el otro, manteniendo así este eterno conflicto pero dándole nuevas formas.

Se trata, sin lugar a dudas, del mismo patrón que aparece en las ciudades de la primera era industrial, caracterizado por una sociedad de clases, con la singularidad de que hoy por hoy dicha dualidad se ha especializado en tipos de ciudades y/o regiones económicas, siendo ésta una barrera simbólica y poderosa que dificulta la comprensión de su dependencia mutua o correlación. La segunda gran era industrial, que afecta a todo el planeta, ha trasladado la sociedad de clases a una escala más compleja. Antes, en la primera era, esta dualidad de clases convivía en las mismas ciudades, debido a que la industrialización se desarrolló en las naciones colonizadoras. En la segunda era, las naciones colonizadas, que en sus inicios se especializaron en la producción de bienes primarios, han pasado a asumir también el proceso de manufactura primario, industrial, con la salvedad de que, gracias a los procesos de independencia que se inician en el siglo XIX y se completan a mediados del siglo XX, ya no gozan del estatus político de “colonias”. Pero, sin embargo, es notorio que en ellas todavía se identifican grandes desigualdades, formas de abuso o corrupción y, por lo general, debilidades estructurales en materia de derechos civiles y biológicos. Éste es el centro de la cuestión que nos ocupa.

Por lo general, en las ciudades de estos países se ha desarrollado lo que puede considerarse la segunda gran industrialización, o la industrialización global, planetaria, diseñada hace unas décadas (años setenta del siglo XX) como incentivo para el mantenimiento de la competitividad del capital político y económico que, hasta entonces, lidera la primera industrialización colonial. Esta industrialización tardía o avanzada forma parte del desarrollo de la competencia en una economía acumulativa, con tendencia a la instrumentalización intensiva de los recursos sociales y naturales, así como de la tecnología, para el estímulo primordial de la plusvalía privativa, sin la cual no se puede mantener o dar continuidad al modelo o sistema económico establecido. Todo ello conduce, inexorablemente, a una lógica oculta y razonable que justifica la creación de dos mundos desiguales, que es consubstancial al sistema. Y uno de estos mundos no requiere de buenos planificadores urbanos, al contrario, los desautoriza.

El caso de Ciudad Juárez, en este sentido, aúna todas estas debilidades, que se encuentran acrecentadas por la condición fronteriza con los Estados Unidos, así como por los acuerdos colaterales de industrialización transnacional, que busca la mano de obra económica mejicana como incentivo para la competitividad del sector industrial norteamericano. Debido a ello, el grado de provisionalidad y de marginación es superior al de otras ciudades ya consolidadas o estabilizadas, sujetas a un estadio de industrialización y/o de crecimiento marginal menor.

Entonces, ¿cuál es el camino a seguir?

La Nueva Agenda Urbana promueve mejorar el desarrollo espacial urbano, e insta al esfuerzo para mejorar la capacidad para la planificación y el diseño urbanos, así como la prestación de formación a los planificadores urbanos a nivel nacional, sub-nacional y local (punto 102).

Pero, ¿es así de sencillo?

No, y sí. No es sencillo porque requiere de compromisos políticos, que a su vez requieren de acuerdos transnacionales, ya que se debe racionalizar el mal derecho concedido (no reconocido) de usar el suelo de un modo arbitrario y sin control social. Pero es sencillo, y poderoso, porque se trata de un derecho que tiene a su favor la determinación de la Organización de las Naciones Unidas y la fuerza de la razón de la justicia fundamental. 

La Nueva Agenda Urbana es, por tanto, una herramienta a instrumentalizar, para garantizar así el futuro de la calidad de vida de la humanidad que, en el marco de la Agenda 2030 es capaz de incluir al resto de especies y sistemas biológicos. Profesionalizar el urbanismo en todo el mundo, visto así, es un objetivo primordial, principal, para resolver los apremiantes y desatendidos desafíos y problemáticas que se acentúan a lo largo del siglo XXI, y tiene como misión crear, establecer, un proyecto de futuro sustentable en lo político, económico, social y ecológico, bajo la forma de un hábitat urbanizado próspero y racional, justo, equilibrado y armonizado con los derechos biológicos universales.

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