Imagen anterior: Capilla de la Santa Muerte. Sección 15, Barrio Azteca, del CERESO Estatal 3 de Ciudad Juárez (Centro de Readaptación Social, centro penitenciario o prisión). Autora de la fotografía: Ivonne Carolina Rosas Heimpel. Fuente: libro La cárcel es mi vida y mi destino. Producción sociocultural del castigo. La vida del joven en prisión, escrito por el Dr. Salvador Salazar Gutiérrez el 2015 (Frontera Abierta, CLACSO y UACJ).
El culto a la Santa Muerte
Fragmento de una oración a mano colocada en el altar a la Santa Muerte del Centro de Readaptación Social Estatal 3 de Ciudad Juárez (Salazar Gutiérrez, 2015, p. 110):
Oh señor supremo, ante tu divina presencia Dios todopoderoso, padre, hijo y espíritu santo, pido permiso para invocar a la muerte trascendental, quiero pedirte humildemente que me destruyas, todo hechizo, encantamiento y oscuridad, que se presente en mi camino, en mi trabajo, y en mi persona, muerte querida y bondadosa, quita toda envidia, pobreza, desorden, desempleo, te pido con tu bendición, bondad y presencia, ilumines mi casa, mi trabajo y a mis seres queridos, a todos con amor, prosperidad, salud y bienestar. Bendita eres, tu santidad, tu caridad querida muerte transcendental.
La comprensión del trágico horizonte del preso sentenciado de por vida (legal y/o simbólicamente) permite ahondar en el sentido de transcender la muerte y trasladar allí el sentido último del bien, porque en vida, en el mundo terrenal, el bien es básicamente un deseo. En el caso de la capilla o altar de la Santa Muerte, en el CERESO Estatal 3 de Ciudad Juárez esta realidad se convierte en un culto, en un bien elevado a la categoría de símbolo comunitario. Y este culto nos asimila, a todos, como un sentimiento colectivo del cual todos formamos parte. Es, en cierto modo, la expresión última de la bondad humana que sobrevive, incluso, en un centro penitenciario donde, según la Comisión Estatal de Derechos Humanos del Estado de Chihuahua, se reconoce la difícil valoración de que no existe un proyecto de reinserción social real (Salazar Gutiérrez, 2015, p. 118).
Desear el bien es humano, como lo es la lucha por sobrevivir; es humano y es una expresión de la vida, tal y como nos ha sido liberada por la naturaleza. Y la lucha puede tener múltiples manifestaciones, distintos modos de ser comprendida, tolerada o impuesta.
Tal y como se desprende de la lectura del libro La cárcel es mi vida y mi destino, del Dr. Salazar (2015), el pulso o lucha por sobrevivir puede incluso manifestarse entre un proyecto humano que alimenta las desigualdades y la miseria que se asocia a sus propias leyes. En esta expresión el proyecto y la miseria asociada son el mismo problema. Son una unidad casi indivisible, pero esta cosmovisión resulta difusa, hasta tal punto que no forma parte de la conciencia colectiva. La miseria adquiere, entonces, un doble sentido, que enmascara esta incomprensión. Por una parte está el reconocimiento de una carencia, la pobreza que debe repararse por justicia, por el bien de todos; pero por otra está la incomodidad que esto genera, en un sentido de justicia que no implora al perdón y sólo puede paliarse con una condena y una promesa asociada: la penitencia y la reinserción social de los culpables.
Ambas miserias (la carencia y la incomodidad que genera castigo y afán de penitencia sin perdón) esconden una problemática de tamaña magnitud: la injusticia social derivada de un modelo, sistema o régimen neoliberal sin un proyecto social justo consensuado, fruto de un acuerdo voluntario global amistoso. Como consecuencia, ambas miserias conviven en un sentir comunitario que ha creado un sistema judicial, punitivo, que castiga a quienes atentan contra las leyes derivadas del propio modelo con la esperanza de contener las propias debilidades o limitaciones. El Dr. Salazar nos habla de ello, a través de un trabajo que permite su reflexión. Es uno de estos trabajos que argumentan su contenido, y trasladan al lector su interpretación.
Idealmente, los centros penitenciarios son esto: un lugar adaptado para la penitencia de quienes han cometido faltas condenables, que incorpora la lógica del castigo y se justifica con un proyecto de reinserción social. Pero la realidad, observable desde trabajos como éste, les otorga otro matiz. En cierto modo, son una consecuencia asociada a las debilidades de un modelo relacional humano que crea espacios para su mejora o mayor eficacia sin llegar a ahondar en su debilidad estructural: la irracional lógica de un sistema que incorpora en su razón de ser una miseria estructural como herramienta necesaria para extraer el ansiado beneficio para vivir. La Industria Maquiladora en el Norte de México forma parte de este modelo desigual y, sin duda, injusto, por la magnitud en que se manifiesta.
El proyecto prevaleciente de entronización del libre mercado y la cada vez mayor limitada participación de los Estados en las implicaciones y consecuencias de exclusión, marginalidad y vulnerabilidad que lo acompañan, nos lleva a preguntar, para el escenario específico de la ciudad fronteriza, el peso que adquiere la presencia de un modelo de producción, basado en la Industria Maquiladora de Exportación, claramente sostenido por este proyecto neoliberal. La incapacidad del neoliberalismo para generar pertenencias, acciones colectivas basadas en principios de solidaridad, y en un sentido creíble de futuro, está dando como resultado enormes crisis de existencia y nula esperanza, para una gran mayoría que está viviendo en formas y dinámicas que la propia dinámica neoliberal no puede predecir o controlar. La puesta en escena de figuras que cargan con el imaginario amenazante de monstruosidad, el interno de la prisión vinculado a actos de homicidio, secuestro, extorsión, entre otros, y que forman parte de los síntomas de esta crisis como agentes inescrutables de un futuro desconocido: las figuras de los monstruos o de los anormales, constituyen fuentes de inagotable desesperanza que se traduce en la puesta en marcha de proyectos criminalizantes y de contención. Para los ostentadores del privilegio y que acaparan la riqueza generada por la flexibilización y desregulación laboral, hacer visible y marcar la amenaza de estas monstruosidades generadoras de sus miedos, la prisión constituye el escenario indispensable en la contención del mal.
Salvador Salazar Gutiérrez (2015, p. 27)
En casos como los acumulados en Ciudad Juárez, la justicia punitiva es, entonces, un instrumento paliativo, pero no es suficiente. Cuando el perdón no es suficiente y no existe una posibilidad real de reinserción social, la penitencia se transforma en un juicio sin solución.
Cuando el perdón no es la opción, la justicia es castigo y reinserción (para quien es condenado) y reparación (para las víctimas), pero cuando el castigo se impone también es una pena que, en ciertos casos, pasa a ser irreparable y se convierte en vitalicia. Es vitalicia cuando lo dicta el juez, pero también lo es cuando lo dicta la sentencia social que niega toda posibilidad real de reinserción a los presos. Cuando esto ocurre, ¿qué sentido tiene hablar de reinserción?
Quizás, por ello, en esta y otras múltiples prisiones en lugares del mundo donde no impera el bien y la prosperidad colectiva, la miseria y el abandono adquieren su carácter más cruel, siendo una realidad estructural de un modelo denominado neoliberal que nadie ha planificado, sino que se ha acabado imponiendo como modelo relacional humano donde, a nivel internacional, no existe una justicia social efectiva e impera la lógica de la competencia por y para el poder. Cuando esta realidad se manifiesta, la miseria penitenciaria acaba desatendida y adquiere tintes de injusticia universal.
El Dr. Salazar, desde el espacio académico que ofrece la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, nos ayuda a contemplar esta problemática. Por este motivo, tal y como resalta el Dr. Salvador de León Vázquez en el prólogo del libro (Salazar Gutiérrez, 2015), este trabajo se debe leer, dialogar y discutir (p. 12). Solo a partir de una sentida reflexión es posible avanzar en su comprensión, y entrever el mensaje que amaga su título principal: “La cárcel es mi vida y mi destino“.
Ahondar en este libro es un ejercicio nada fácil. Descubrir lo monstruoso, como identifica el Dr. Salazar y presenta el Dr. de León Vázquez en el prólogo, no apetece. Si además se le “mira de frente”, tal y como resalta el prologuista en la primera página, resulta todavía más complejo.
El libro nos da, sin embargo, una lectura diametralmente opuesta, o contraria, a los ojos de quien se considera ajeno a lo que ocurre en un centro penitenciario de alta seguridad, entre quienes la sociedad ha condenado a unas duras condiciones de existencia.
Mediante un laborioso y madurado trabajo de reconstrucción de la experiencia vivida a lo largo de varios meses visitando esta prisión, Salvador Salazar estructura un libro donde deja en un cajón los prejuicios morales, para desarrollar un escrupuloso trabajo que, en una primera instancia, se centra en la construcción sociocultural que se edifica entre rejas. El diálogo entre los nexos socioculturales de las realidades internas y externas a la prisión es constante, e inevitable. De este modo, sin decirlo abiertamente, el autor deja que esta reflexión sea descubierta por el lector atento. Vida y destino, entre rejas, adquieren así múltiples significados, que por medio de la reflexión vienen a la mente. Las rejas también son fronteras, y la cárcel también es la falta de oportunidades que convive en gran parte de los miedos y esperanzas frustradas de quien acaba por delinquir. La monstruosidad, de este modo, sin perder la crueldad, se transforma en humanidad.
En una segunda instancia, tras un estudio racional y debidamente documentado del escenario que presenta la vida en prisión del joven interno, el contenido del libro traslada la atención a otra realidad. Por sorpresa, en los dos últimos capítulos del libro, quien ha superado la lectura de un trabajo humanizador inesperado descubre la diagnosis que el autor del trabajo traslada a nuestras conciencias. Nos habla de lo que conceptualiza como “escenificar los monstruos”, o “la producción simbólico-sensible del mal”, de la “(des)legitimidad del discurso punitivo”, del castigo de la sentencia vitalicia, y de la penalización de la pobreza, de la miseria y de la juventud que forma parte de ellas. Nos muestra hasta qué punto, entre todos, hemos excluido de nuestras vidas a quienes viven en una condición precaria, a las “vidas vulneradas”, y de qué modo los hemos introducido en “el perverso juego de la exclusión inclusiva”. Nos habla de nuestra capacidad de deshumanizar al prójimo, como una solución, consciente o no, a todo aquello que nos amenaza. Nos muestra, de este modo, una inhumanidad inesperada que nos incumbe a todos.
Andreu Marfull Pujadas
2018.04.21