Ciudad Juárez 2040: la vía planificadora

Imagen 1 superior: Calle de la Colonia Parajes del Sur, que se empieza a urbanizar en el año 2006 y ya da muestras de abandono. Se ubica en la zona suroriente de la ciudad, donde se encuentran el suelo desértico, la industria y la vivienda social. Autor: Andreu Marfull, octubre de 2022.

Imagen 2 superior: Calle entre muros de fraccionamientos privados del sector conocido como Valle del Sol, de la zona media-alta de Ciudad Juárez, ubicada en el nororiente de la ciudad. La calle da muestras de una idea hostil del espacio público, al que se renuncia a darle valor. Se empieza a construir en 2004, sin la calle, que no aparece hasta el año 2012 como vía de acceso a un sector más alejado. Antes era una zona agrícola regada por el Río Bravo. Autor: Andreu Marfull, noviembre de 2022.

Imagen 3 superior: Calle en la Colonia Aztecas, en el sector poniente del centro de Ciudad Juárez. Colonia creada como retícula de calles a ocupar en la década de 1960, que es invadida por vivienda informal y así persiste hasta la actualidad. En la década de 1990, la colonia estaba todavía a medio proceso de ocupación de vivienda de autoconstrucción, por su condición de abandono, y se dinamiza parcialmente a partir de la década de 2000, sin haber llegado a todo su potencial. La calle está todavía sin pavimentar. Autor: Andreu Marfull, octubre de 2022.

Ciudad Juárez 2040: la vía planificadora

Ciudad Juárez está revisando su modelo urbano, y desea abordar nuevos horizontes con la mirada puesta en el año 2040. El plan general, desde una perspectiva urbanística, afín a la Nueva Agenda Urbana, no está bien encauzado. ([1]) Basta contemplar el estado en el que se encuentra la ciudad, que tiende a la dispersión, la desconexión, el desorden y el descuido con una muy baja densidad, que a la par fomenta un muy bajo aprovechamiento del valor del suelo. Sin una idea clara y racional de cuál será el destino del suelo, el resultado es una especulación máxima con su potencial de transformación bajo la visión simple y llanamente privativa de lo que puede llegar a ser.

La ciudad está sometida a una doble presión, que no le permite hacer lo que desee. Por un lado, está la condición de (muy) bajos recursos y competencias del Instituto Municipal de Investigación y Planeación (IMIP), sin los cuales es imposible planificar un futuro controlado y racional de la ciudad, y, por otro, está la demanda de suelo industrial que requiere el capital transnacional, que a su vez demanda suelo para vivienda obrera. Esta doble presión da forma a los problemas que se desean abordar en la revisión del plan urbano, pero ambas forman parte de un problema que difícilmente es capaz de resolverse, salvo que se opte por abrir el debate hacia las carencias del espacio institucional y los privilegios del capital transnacional, y plantear la duda razonable de si no es más adecuado avanzar de un modo más inteligente, conjuntamente, para el interés general.

Es evidente que toda ciudad debe tener competencias y recursos para planificar la vivienda, la industria y la idea urbana canalizando el capital que invierte en ella para dar espacio a los derechos sociales, económicos y ecológicos, pero esta situación dista mucho de ser una realidad en Ciudad Juárez. No tiene los recursos, las competencias ni el apoyo de la geopolítica que mueve los hilos que se entretejen en la ciudad e inciden sobre ella, sin una visión colectiva. Pero éste no parece que sea el debate público, quizás porque no existe una idea clara de lo que es posible, y se adopta la lógica de la aceptación de una realidad que se asoma inquebrantable, que dice que: “la ciudad es así y no puede ser de otro modo”.

Se comenta, en diversos foros y espacios de debate, que Ciudad Juárez es de las ciudades más diagnosticadas que existen, al menos en México. Se habla de la frontera, económica, política y militar, de la migración forzada o estimulada por la pobreza y la inseguridad, así como del narcotráfico y de la violencia, más las expresiones de resistencia social, que son múltiples y variadas. Todo ello es necesario y bienvenido. Es importante, como lo es el estudio de la precaria vivienda social, con su particular tendencia al abandono, o bien las carencias de las infraestructuras básicas de la ciudad, como la recogida de aguas pluviales, que no existe. Se dispone de muchos y excelentes, impactantes, trabajos que hablan de ello, pero, por razones que se escapan al entendimiento de lo que debería ser deseable, raramente son de interés más allá del mero ámbito local, académico e institucional. Cuesta estar atento a estos problemas, y convivir con ello, cuando existen tantas formas de evadirse.

Sobre todas estas problemáticas planea otra de superior, la pobreza, que persiste con una fuerte inercia que parece difícil de remediarse. Esta pobreza es estructural y tiene el nombre de desigualdad extrema y sobreexplotación, en un espacio institucional limitado, condicionado y, también, difícil. Es una pobreza que, a efectos socioeconómicos, adquiere el nombre de precariedad laboral, bajos sueldos y altos beneficios para el capital transnacional, que invierte miles de millones de dólares para implementar la industria maquiladora, pero no paga impuestos. A efectos urbanos, su nombre es la mala gestión urbana, que se rinde a los patrones de inversión privada, sin una idea pública, con lo que se crea una deficiente urbanización, en todos los sentidos. Pero la pobreza de la hacienda pública tiene otros efectos, como la ausencia de mantenimiento del espacio público o una (casi) nula limpieza, que convive con una falta equivalente de mantenimiento del espacio privado en gran parte de la ciudad, y una notable economía informal que invade esquinas, banquetas y suelos baldíos. Pero eso no es todo, también adquiere la forma de un descontrol significativo del cobro de los servicios básicos de las viviendas, si bien este último factor es, a su vez, una forma “tácita” de permitir que exista un mínimo de agua, gas y electricidad para quienes no se lo pueden permitir. La sociedad está descapitalizada, y quienes no lo están no pagan los impuestos necesarios para que el aparato del Estado compense esta situación. Quizás, existe una simbiosis entre este espacio capitalizado y el poder público, que se resiste a distribuir mejor la riqueza, en un escenario donde las formas de control social no se han desarrollado, han sido descuidadas, y a menudo maltratadas.

Es una situación dura, que desgasta generaciones enteras de trabajadores que vienen aquí a sobrevivir, pero a los que les cuesta sudor y lágrimas tirar adelante una familia, un proyecto de vida, en condiciones. Pero esta dificultad no se limita al trabajador, lo mismo le sucede al empresario emprendedor, que desea abrir un negocio, invertir en un local, o en un proyecto, cuando no se dan las condiciones óptimas para abrir nuevos mercados, o no existe seguridad, jurídica y policial, para ello. Delincuencia, crimen organizado, prostitución y otras formas violentas no legales de crear riqueza están al acecho, y a su alrededor se construye otra forma de entender la realidad, la vida y la ley. Existe, pues, una relación entre la condición de pobreza social, y gubernamental, y todos estos problemas. Es un lugar singular, que la frontera con los Estados Unidos de América alimenta, pero que en parte es común en toda América Latina.

¿Luego, ante este escenario qué se puede hacer, realmente?

Es complejo, no hay una receta que dé respuesta a todo, pero se debería empezar a cambiar las reglas del desarrollo urbano. Se puede poner freno a la construcción espontánea de la ciudad sin planificar. Este modelo da pie a una excesiva especulación del suelo, de bajo aprovechamiento y alto coste social, pero también financiero (para su mantenimiento), y fomenta la dispersión, la baja densidad, la fragmentación y la desconexión urbanas. Poniéndole freno, con un plan consensuado más racional, se crea otro escenario socio-estético de la ciudad, y se fomenta el estímulo de una mayor formalidad que apoye a los trabajadores y a los empresarios que desean una vida más próspera, y un lugar más apto en el cual vivir y trabajar.

En la memoria de todos los juarenses está el recuerdo de múltiples grandes proyectos que han acabado en un saco roto, por no decir que han sido boicoteados por los vaivenes políticos. Y esto no ayuda. Pero precisamente por esta razón la conciencia y la experiencia de este pasado, y presente, debe dar fuerza para abordar el cambio del actual modo de planificar y gestionar la ciudad con más determinación. Como toda gran transición, ésta debe diseñarse, y dejar un espacio temporal controlado para el cambio (o moratoria), que lo haga posible y le sea imposible dar marcha atrás. De no hacerse, la brecha ya abierta del espacio de la violencia urbana, del desarrollo informal, irregular e irracional, que conduce al abandono que rige en toda la ciudad, junto con la deficiente urbanización con todos sus costes asociados, se ampliará, hasta llegar a violentar la ciudad entera contra sí misma, contra sus propias debilidades, más de lo que ya lo está.

Existe un espacio poderoso que se resiste a los cambios, pero se puede combatir, serenamente, desde la vía planificadora. Y el IMIP puede tomar la palabra. Pero para ello es necesario, antes, hacer pedagogía a los sectores político y económico que no tienen, quizás, la suficiente seguridad, o confianza, para que se lleve a cabo una transición real hacia otro modo de hacer ciudad, que interesa, sin duda, a todos, y a todas.


[1] La Nueva Agenda Urbana es el paradigma que se promueve desde las Naciones Unidas para avanzar hacia unas ciudades más incluyentes, seguras, resilientes y sostenibles, desde 2016.

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Andreu Marfull Pujadas
2022 diciembre 11

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