En Ciudad Juárez hay grafitis, que a veces también se llaman (o se confunden con) murales, porque hay muros por todas partes y espacios descuidados que se convierten en un panel expresivo de una vida que se resiste a ser silenciada. Uno de ellos se encuentra en el subsuelo, donde se acumulan una serie de fracasos. La vigorosidad colorida del grafiti lo ha ocupado. El fracaso es una catacumba, un templo o cementerio a la vida que no pudo ser, y aspira a resucitar. El espacio en sí es un aparcamiento que jamás llegó a funcionar, como el edificio al cual servía y el barrio que se construyó frente a él. El PRONAF, una zona que, en su momento, hará más medio siglo, se erigió como un espacio institucional con una idea planificada, pero que los sucesivos gobiernos fueron abandonando. Una placa, cerca de este espacio, en el suelo, nos recuerda lo que fue, o pudo ser.

El rostro del pasado fallido tiene, sin embargo, la prueba palpable del fracaso económico de un proyecto empresarial: la estructura que nunca tuvo piel, un cuerpo ni vida. Su esqueleto, como un cadáver, se muestra como un monumento al hierro y a la inseguridad del capital, así como del espacio, que está abierto a su contemplación. Pero es en el subsuelo donde se encuentran las catacumbas, en el aparcamiento que se quedó como un espacio a medio terminar, lleno de la basura que flota por la ciudad y tiende a ocupar los huecos que ha dejado. Unos huecos, por cierto, peligrosos, sin protección para el visitante imprudente. Son una trampa. Caer en ellos es fácil, porque nada ni nadie te impide acercarse allí, y de noche no está iluminando. Son un riesgo, un peligro, evidente, de nefastas consecuencias para quien puede caer y no ser visto por nadie que lo pueda rescatar.
















El lugar.
Viaje de investigación universitario
2022 – 09 – 10
© Fotografías y texto, Andreu Merfull 2022