La generación Borrell

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La generación Borrell

Andreu Marfull Pujadas
14 de abril de 2022

Publicado en Diario Digital Nuestro País (Costa Rica), el 14 de abril de 2022. En línea: https://www.elpais.cr/2022/04/14/la-generacion-borrell/ [Consulta 20 de abril de 2022]. Versión PDF:

El Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, declara la guerra a Rusia. Nacido en 1947, es hijo de una generación alimentada en el ideal liberal que teme a Rusia, y hace de Occidente un brazo civilizador que no sabe verse a sí mismo como un ente depredador. Es un miedo histórico ante un contrapoder que es en parte ruso y en parte chino, y contiene un fuerte pulso revolucionario y social. Un miedo que, valga decir, deja a estos pueblos solos ante la amenaza fascista del nazismo alemán y el imperialismo japonés, en la II Guerra Mundial, dejando tras de sí más de cuarenta millones de víctimas. Pero resisten, y esto los une frente el imperialismo económico, financiero y militar de Occidente que es capaz de crear riqueza desigual y alimentar guerras inmorales plagadas de demagogia, tal como lo vio en su momento Lenin. Es un modelo depredador que ya denunciaron, décadas atrás, Marx y Engels.

El cargo de Borrell representa el escalafón entre la Unión Europea y la OTAN, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, en su miedo a otro poder que no tolera. La Unión Europea no es solo una alianza económica capaz de seducir a otras naciones con su promesa de bienestar (como ha hecho con Ucrania y Georgia), sino que también es parte de un poder armado en tanto coopera con la OTAN -tal como refleja el Artículo 42 del Tratado de la Unión Europea, también conocido como Tratado de Maastricht. La OTAN es una alianza militar que apunta a Rusia desde su creación y no cesa de intimidarla, incluso, invadiendo parte de las tierras hermanadas con la historia de Rusia, porque se siente amenazada por ella. Nace en 1949, con el inicio de la Guerra Fría, después de la creación de la Organización de las Naciones Unidas (u ONU), en 1945. Es decir, aparece justo después de una gran idea (la ONU), tras una guerra monumental en la que se promueve la paz pero se teme el avance comunista y el progreso de la revolución social en todo el mundo. Tras la II Guerra Mundial, Occidente debe compartir gloria con la Unión Soviética y la China, y todo se complica porque no tiene una narrativa a la altura de la conciencia colectiva que domina, e impone, desde hace siglos. En el momento de su creación, muy a su pesar, debe lidiar con el éxito chino y ruso, y el comunismo, en tanto son quienes más han luchado y sufrido contra el eje fascista; pero los EUA tienen la bomba atómica, el oro y el dólar como moneda de intercambio mundial, y se creen invencibles hasta que se dan cuenta de que no lo son. Así, aparece una amenaza incómoda a la que se quiere hacer frente, y una obsesión.

La generación que nace con Borrell es heredera de un proyecto fallido y acomplejado: el de la idea occidental del poder de la superioridad colonial que aspira a su renovación moral. Inicialmente se basa en la libertad de los pueblos y en su derecho a la libre determinación, aunque ya nadie se acuerde de ello. Un derecho que aspira a tener Donetsk y Lugansk ante las amenazas de Ucrania, así como Osetia del Sur en Georgia (por no decir Catalunya ante España). Así es el ideal de los pueblos libres en igualdad de condiciones que se concibe en 1941 con la Carta del Atlántico, firmada por los presidentes de los EUA y la Gran Bretaña; luego, se planifica una alianza militar internacional en 1942 junto a la Unión Soviética y la China, dando lugar a la Declaración de las Naciones Unidas que se enfrentará al nazifascismo y, más tarde, dará forma a la ONU (con el liderazgo de esos cuatro Estados), en 1945. Pero tras este recorrido parece que no todos los pueblos tienen los mismos derechos, y con la ONU se restituyen las relaciones de poder donde unos viven controlando y otros controlados. Así, tras la creación de la ONU (in extremis) empieza una nueva era en la que se normaliza la existencia de un mundo súper armado en el cual se mantiene un orden transnacional hostil, entre los estados y dentro de los mismos cuando no reconocen la igualdad de los pueblos que los forman. En este escenario, los Estados Unidos de América entran en una especie de éxtasis por el poder que atesoran tras el uso infame de dos bombas atómicas en Japón, que les hace sentirse los amos del mundo. Truman es el Borrell de entonces. Tras este sentimiento de autoridad moral y militar está el relato occidental, colonial y (valga decir) católico (al menos hasta el concilio Vaticano II, de 1965), que se siente superior en todos los sentidos pero que en el fondo teme la expansión comunista que deje a Occidente sin su hegemonía histórica, y sin el control absoluto de la narrativa del pasado, el presente y el futuro.

Tras la gran guerra, el aparato militar acaba por tomar el control de los Estados, confundidos entre los valores que dicen defender y otros que piden ser respetados. Empieza una caza de brujas que impregna a toda una generación, incluido a Borrell, y es instrumentalizada por todos los poderes “occidentales” de un modo tozudo e ignorante. Sirva de ejemplo el caso de Alger Hiss, que es acusado de ser espía soviético y condenado por ello. Es el secretario general de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Organización Internacional (celebrada en San Francisco) que consigue, en 1945, el acuerdo fundacional de la ONU, tras su papel determinante en la Conferencia de Yalta (en la que se diseña el reparto del mundo tras la II Guerra Mundial). Por su papel, tras los acuerdos de Yalta, Hiss recibe la cruz de la Orden de la Estrella Roja de la Unión Soviética, pero luego parece que nadie se acuerda de esos acuerdos. Castigo: se le borra ese mérito, es calumniado y desde entonces nadie se acuerda de él, pese a que se le da el Nobel de la Paz a Cordell Hull por, precisamente, promover la creación de la ONU. A modo de recordatorio, Hull es el último Secretario de Estado de los EUA fiel al New Deal de Roosevelt (cargo que ocupa desde 1933 hasta 1944) y quién hizo el primer borrador de la Carta de las Naciones Unidas. Por otro lado, el principal acusador de Hiss es (cosas de la vida) Richard Nixon, quien décadas más tarde protagoniza el Watergate, el mayor escándalo de un presidente de los Estados Unidos, involucrado en el acoso deliberado por parte de la policía y los servicios de inteligencia estadounidenses hacia activistas y figuras políticas considerados sospechosos.

Es decir, de un modo especial, tras el traslado del poder hacia los EUA, la OTAN y el ideal neoliberal del mercado global promueven el relato que, en cierto modo, construye la condena mediática y obsesiva que promueve Occidente hacia Rusia, y amenaza a su principal aliado en su contrapeso respecto al poder occidental: China.

La OTAN provoca a Rusia, y a los rusos, mientras amenaza a sus principales aliados comerciales, la China y la India. Mientras (cosa que no es casual), la OTAN toma posiciones en el Pacífico, con la implicación de Australia, e intimida a la China en su posición hacia Taiwan. Antes fue Corea y Vietnam.

El mundo tiembla por las sospechas (paranoias) del inminente fin de la hegemonía histórica de Occidente, pese a sus innegables valores, que los tiene, como los tienen el resto de culturas, pueblos y naciones del mundo. Es un resultado inequívoco -inevitable- de la miseria de la historia escrita que dice que Occidente no es un ente depredador y el resto son civilizaciones imperfectas. Está ofuscado ante la fuerza rusa y la hegemonía asiática en el mercado global, que no tolera, así como ante la resiliencia de Oriente Medio (pese a todas las guerras mezquinas entremezcladas con el afán del control de los recursos energéticos que ofrece), sin olvidar la condena a la explotación a la que ha sometido a gran parte de África, en lo que es, de algún modo, la “cruzada” que parece liderar la OTAN, bajo el mando supremo de los Estados Unidos, en los siglos XX y XXI, instrumentalizando el control absoluto de las narrativas geopolíticas, económicas y financieras mediante la “generación Borrell”. Occidente no sabe negociar, y no ve que no le queda otro remedio que bajar su prepotencia (incluso renunciar a sus privilegios) para empezar a debatir, de una vez por todas, el inicio de otro modo de entender el desarrollo civilizador que sea más responsable, más solidario y más humano, con la diversidad de los pueblos, culturas y modos de pensar, y con el medio ambiente (que no ha cesado de agredir). Si no lo hace, la espiral de censura, violencia y destrucción seguirá su curso, como la guerra de Ucrania y otras más, hasta que todo estalle de un modo definitivo, sin marcha atrás. Rusia y China ofrecen diálogo, y piden respeto; no quieren revivir más guerras, ni más humillaciones, pero esta lección de la historia parece que ni Borrell ni todo aquello que representa quieren reconocerlo. Borrell…, un catalán que reniega de su pueblo, y de los pueblos a los que considera menores, porque él pertenece a un orden “superior” que lo ha encumbrado en la cima del poder.

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