Cataluña, como toda nación, tiene el derecho a escribir su historia y a custodiar, administrar y proteger todo su patrimonio, su memoria y su juicio; su razón de ser. Pero el Gobierno de España -que desde hace cuatro siglos se empeña en imponer su ideal de la historia al modelo de la Corona de Castilla y León- se lo impide.
La dignidad, la memoria y la historia de Cataluña están censuradas, y ahora Cataluña reclama enjuiciar sus consecuencias desafiando a toda España.
Censura o Jucio (1), o Por la memoria de Cataluña
Es un hecho incontestable que la mayor parte de documentos históricos que narran la historia del Principado Cataluña y de la Corona de Aragón no se encuentran en manos de entidades gestionadas por instituciones catalanas, y en buena medida han persistido hasta la actualidad por formar parte de bibliotecas y archivos de otros lugares del mundo. La destrucción de obras escritas en catalán de la Edad Media, su castellanización y el borrado de sus autores, los mapas que se manipularon o se quemaron, la destrucción de símbolos y el expolio de bibliotecas -en especial las de la nobleza de la Corona de Aragón, con las que se creó la Biblioteca Nacional de España en 1712- dan fe de ello.
A todo ello conviene añadir que la destrucción y saqueo de sus bibliotecas centenarias, como ocurrió en Montserrat, en Sant Pere de Rodes, Ripoll y Poblet en el siglo XIX, o el más conocido botín y saqueo de las bibliotecas que Franco mandó enviar a Salamanca -y que todavía son objeto de litigio- generan una gran dificultad para su estudio. Pero a su vez es un estímulo más para hacer un llamamiento a la historiografía española, y a su sociedad, para que revise la autoridad de su historia según el ‘hilo’ castellano oficial.
Por supuesto, conviene reflexionar sobre el contenido del Archivo Real de Barcelona, creado en el siglo XIV y llamado de la Corona de Aragón desde mediados del siglo XVIII por voluntad del Rey -el mayor archivo documental de la Edad Media europea después del archivo del Vaticano- ahora en manos del Ministerio de Cultura de España. Es indudable que el fondo del Archivo Real de Barcelona ha sido ampliado con el contenido de otros archivos o fondos para que, mediante la discutible división actual en autonomías, se argumente que se trata de un archivo de una Corona mayor al territorio catalán para que se gestione desde los poderes del Estado. Más discutible es que el Archivo Real de Valencia y el Archivo de Aragón, ambos creados en los siglos XIV y XV, hayan sido asumidos por los Gobiernos de las autonomías de Valencia y Aragón.
Ante estos hechos, así como ante el debate iniciado sobre la nación catalana y la dimensión de la catalanidad en la construcción de España y de Europa, la memoria de España se revela, y defiende, una vez más, la residualización de la catalanidad y de la Corona de Aragón en su historia, en lugar de dignificarlas. Mantiene, de forma obsesiva, el mensaje incómodo que le supone no querer asumir debidamente los cimientos catalanes en la Corona de ‘las Españas’ que se labró desde el siglo XV, y que labró los destinos de media Europa en los siglos anteriores. Es más, que labró la mayor empresa que España nunca ha acabado de valorar, el descubrimiento de América, tal y como evidencia la gran cantidad de incongruencias (de sentido común y documentales) que implican utilizar sólo una corona (Castilla) para hacer esta empresa en nombre del cristianismo. Una visión de la historia que lejos de aclararse tiende a simplificarse y a pervertirse.
Sin embargo, y muy lamentablemente, los recientes escándalos del espionaje internacional -las revelaciones de Wikileaks- que en España se iniciaron con la revelación de los vuelos secretos de la CIA utilizando aeropuertos españoles, en 2010, han supuesto un paso atrás en las investigaciones, ya que desde septiembre de 2012 el Ministerio de Asuntos Exteriores ha cerrado el acceso de los investigadores a su Archivo General, impidiendo, entre otras cosas, el acceso a los papeles diplomáticos generados entre los siglos XV y XX. Unos papeles que hasta entonces podían ser consultados sin mayores impedimentos.
Censura o Juicio (2) o Por la memoria del colonialismo español
España ha escrito una historia, que a lo largo de los tiempos ha tendido a normalizarse, que ha educado a los educadores que a su vez han educado a su sociedad; así, generación tras generación. Pero el paso de los tiempos da nuevas perspectivas, y la ciencia y la tecnología, así como el estudio antropológico, sociológico y cultural, también económico, y la historia oficial, siempre basada en la dignificación de las instituciones que la han impulsado, paulatinamente se ha ido revistiendo de mayor amplitud de miras, en especial cuando curiosos y sacrificados investigadores portadores de bagaje sociocultural están reclamando restituir la dignidad del cuerpo institucional de los pueblos que, por diversas y complejas razones, no han podido todavía escribir libremente su propia historia.
El impacto de la lucha de poder y su protección, entre las sociedades organizadas y los poderes gubernamentales y morales, ha ido acompañado de una paulatina lucha del relato de ambas dignidades y derechos, de una variada secuencia de valores que han dado distintos ordenes morales, pero que a su vez ha provocado el deterioro de numerosos legados y el sacrificio de grandes obras, personas y pensamientos. La caza de brujas, la estigmatización religiosa y de la mujer, la destrucción de templos y monumentos, de libros y mapas, y el hostigamiento por el control y el poder sobre los bienes y las conciencias ha sido constante a lo largo de nuestra historia. Monarquía e Iglesia, históricamente, han estado delante de esta manipulación. Las gloriosas misiones iniciadas en el siglo XVI, la conquista y la evangelización de América, requirieron un férreo control de la libertad de pensamiento.
La estructura de la censura empezó en España en el siglo XVI. En el año 1502 los Reyes Católicos, en su intento de controlar las instituciones y su poder, iniciaron oficialmente el control de los libreros, impresores o mercaderes, que desde entonces requirieron la autorización de los presidentes de las Audiencias. En 1527 Carlos I, mediante una Cédula Real, prohibió “que se vendiesen ni imprimiesen las relaciones que envió Cortés de las Indias”; y del mismo modo, ante los cauces que cuestionaban la autoridad moral de la explotación de ‘las Indias’, Felipe II, mediante dos Reales Cédulas (1556) prohibió la impresión de libros que tratasen de América y ordenó a los oficiales reales de los puertos americanos que reconocieran los libros que llegaban en barco y recogiesen los que se encontrasen en el Índice de la Santa Inquisición. ([1])
En el siglo XIX, con la mayor parte de las colonias independizadas, salieron a la luz diversos libros de religiosos españoles del siglo XVI que mostraban que las culturas americanas quedaron conmocionadas por la venida de los colonizadores, y que sus ritos eran asimilables a los del cristianismo, el islamismo y el judaísmo. ([2])
La manipulación de la verdad acompañó este triste episodio, como muchos otros, y diversos autores han calculado que durante los primeros dos siglos de la colonización, por la esclavitud, la explotación, las guerras, las epidemias y otras desgracias murieron docenas de millones de americanos y se mutilaron de raíz sus propias culturas, dejándolos en una situación de colapso cultural. La manipulación de esta historia es sobremanera la más evidente y la menos asumida por España, pero, del mismo modo, el hostigamiento del poder por el poder y la concesión de privilegios que mantenían a la Monarquía y la Oligarquía elitista permitió la paulatina mutilación de todo aquello que se interponía entre el poder y los privilegios adquiridos. De la censura se pasaba a menudo a la fustigación, el castigo y a la mutilación.
En ‘las Españas’, con la conquista de América y el reparto de privilegios, se truncó el curso del movimiento humanista que lanzó Europa a la reactivación del conocimiento y el progreso al margen del dogmatismo religioso y feudal en el siglo XVI. Un curso que la Corona de Aragón, especialmente en Cataluña, Valencia y Mallorca, tres entidades hermanadas por la lengua, la cultura, la historia, sus instituciones y sus símbolos, habían liderado en el sud-oeste de Europa.
Hasta finales del siglo XX el orden moral tutelado por la Iglesia y el orden militar, monárquico e institucional han mantenido una narración gloriosa de la historia de España, de sus protagonistas, al margen de las voces culturales y su pulso evolutivo inevitable, aislando su compleja sociedad. Una narración que a su vez ha tendido a perpetuar el poder establecido hasta hoy en día. Un poder que empezó a tejerse alrededor de Madrid desde el momento en que allí se instaló la Corte Real, y que se enlazó definitivamente desde el momento en que se convirtió en la única capital de España.
La historia del colonialismo español, dentro y fuera de la península, requiere reescribirse, por el bien de la memoria, por justicia.
Censura o Juicio (3) o Por la memoria de España y de Europa
Los ‘poderes’ de España han estigmatizado todo aquello que ha sido un problema para su autoridad. Lo ha hecho (por orden cronológico) con los cátaros, con los musulmanes, los judíos, Cristóbal Colón (y otros descubridores), los navarros, las germanías de Valencia y Mallorca, los comuneros castellanos, los ‘protestantes’, los librepensadores (Santa Inquisición), los moriscos, el Principado de Cataluña, la Corona de Aragón, el carlismo del siglo XIX, el republicanismo, el catalanismo del cambio de siglo pasado (XIX-XX), el debate político e intelectual moderno, la masonería y la libertad religiosa, el comunismo, los nacionalismos vasco y catalán (democráticos) y ahora el independentismo catalán. Unos ‘problemas’ que se han añadido a un largo pasado colonial de esclavitud y expolio hacia otras regiones del mundo, de América, África y el Océano Índico, que hacen difícil, muy difícil, narrar una historia de la dignidad de España sin hacer una honesta consideración hacia estos hechos. Unos hechos que enlazan con la propia historia del colonialismo europeo hasta la actualidad, el hilo entretejido entre el pasado colonial y la actual ‘globalización’ económica.
Los avances políticos (la democracia), económicos (la apertura de los mercados y la globalización) y tecnológicos (la era de la información) han dotado a la voz sociocultural de una conciencia renovada, de herramientas de integración y de un gran altavoz hasta entonces silenciado. Una voz social que se exclama en Cataluña ante los poderes del Estado y de la Unión Europea, también ante el resto del Mundo, conocedor de su potencial de desarrollo y su legitimidad histórica. Una voz que reclama ejercer su derecho a la libre determinación con la esperanza de canalizar sus esfuerzos con la solidez de unos valores más justos, más vivos y más sentidos. Negar este derecho usando una Constitución ‘moderna’ pero importada del resto del Mundo y redactada sin un debate maduro, abierto y cultural, incapaz de renovarse, incapaz de permitir una revisión histórica de su compleja sociedad, no es justo. Como tampoco es justo ni honesto apelar a una sentencia del Tribunal Constitucional del año 2010 que pone fin a la normalización lingüística del catalán, a su prestigio, a su potencial de autogobierno, a su condición de nación y a la integración digna de Cataluña en España.
El actual marco legal, politizado, bloqueado y carente de legitimidad fundamental, no justifica negar la voluntad manifiesta de la nación catalana de ejercer un referéndum de autodeterminación, de expresar y enjuiciar los poderes de un Estado, de forma pacífica y democrática.
El Gobierno de España, y las Instituciones Europeas, tarde o temprano, deberán asumir el pulso sociocultural de Cataluña. Y escribir una nueva página en su historia por el bien de la humanidad, por un renovado orden cultural sensible a las realidades de sus territorios y a su vitalidad.
Es una gran oportunidad para valorar y exponer la salud de la integridad de Europa, para renovar su memoria y su legitimidad.
[1] Fuente: Institut Nova Història, INH.
[2] Fuente: TODOROV, T. [1982] (2010). La conquista de América. México D.F.: Siglo XXI.