No es la razón, sino la disonancia cognitiva quien niega la Nueva Cronología

No es la razón, sino la disonancia cognitiva quien niega la Nueva Cronología

En este artículo se analiza la razón de la resistencia a aceptar una realidad histórica alternativa, que demuestra que, desde Europa, se impuso una historia oficial basada en un mapa cronológico manipulado y dilatado, coincidiendo con la colonización, la Santa Inquisición y la ilustración. Es la Nueva Cronología de Fomenko y Nosovskiy.

Se puede entender que cueste aceptar que la cronología de la historia ha sido dilatada, y que, por tanto, la historia ha sido manipulada. Pero lo que no es tan entendible es que se presenten pruebas, astronómicas, estadísticas y documentales, más un trabajo clarificador asociado y razones que explican por qué se ha hecho esta manipulación, y en lugar de pararse a escuchar y conceder el beneficio de la duda, se opte por bloquear el diálogo. Discutir y cuestionar una investigación científica contrastada entra dentro del espacio de la razón, pero otra cosa es la negación irracional que se resiste a planteárselo unilateralmente.

Los templos egipcios y muchos templos considerados cristianos (europeos), así como documentos de distinta procedencia y naturaleza, disponen de zodiacos que expresan una fecha única, y éstas se encuentran, en lo que se refiere al Antiguo Egipto, en un pasado no superior a mil años, y, en lo que respecta a la edad media, en un pasado no superior a seis siglos. Además, en los hechos medievales se solapan numerosos hechos bíblicos e históricos atribuidos a la antigüedad. El análisis estadístico de genealogías y hechos históricos lo corrobora, al detectarse numerosas duplicidades entre la antigüedad y la edad media, con saltos recurrentes de poco más de tres, diez y dieciocho siglos. Por otra parte, la documentación medieval que relata hechos antiguos con una iconografía claramente medieval, sobre episodios como la Guerra de Troya y las antiguas Grecia y Roma, apunta en la misma dirección. Es decir, se demuestra que se ha utilizado la historia realmente documentada para enviar duplicidades al pasado, para alargarla. Así, el Antiguo Egipto y los hechos bíblicos son mucho más recientes, y puede plantearse, con fundamentos, que la historia antigua es también parte de la medieval, y que la medieval es más reciente y no duró mil años, tal y como establece la historia oficial. Esta información no es fruto de la especulación, y no existe margen de error posible: la historia ha sido manipulada y dilatada artificialmente.

La existencia de una ingente falsificación arqueológica y documental, que se ha aceptado como falsa, apunta a que efectivamente hay trazas de esta manipulación, pero en realidad es mucho mayor de lo que se piensa. La quema de libros por parte de la Inquisición, las listas negras de libros prohibidos y el saqueo e intervención de todas las bibliotecas inimaginables forma parte de este proceso. Así fue hasta el siglo XIX. Además, la profusión de libros de genealogía y heráldica de los siglos XV al XVIII, que se han incorporado a la conciencia histórica como válidos, son una prueba más de la construcción artificial de un pasado documental. Este conjunto de evidencias son elocuentes. Y más contundente es recordar que toda la construcción museística del antiguo Egipto, sobre la que presentamos objetos e historia, ha sido elaborada desde el siglo XVIII, no antes. Es en esa época que aparecen las academias de historia. Del mismo modo, está el caso de las enciclopedias, nacidas en el siglo XVIII, que, por cierto, originariamente, carecían de fuentes. De hecho, la historia se basa en una supuesta base documental y en cronistas, pero no necesariamente son fuentes primarias. La historia antigua, la que nos conduce al Imperio Romano clásico, se basa en cientos de cronistas de los que tenemos conocimiento hace pocos siglos, que, por lo general, son copias que dicen ser verídicas. Como mucho, hay documentos que se hacen pasar por primarios, pero que son muy pocos, y por suelen ser parciales. En esta línea, se da el caso de que también se han identificado crónicas y cronistas falsos, creados por falsificadores, si bien oficialmente son una minoría. Pero son una prueba más. Los manuscritos que usamos como fuentes de la historia pueden haber sido manipulados, o no, pero se puede haber manipulado su fecha, de un modo consciente o bien por consenso, como se hace con la arqueología. Y esto afecta a todas las crónicas antiguas, medievales y modernas. Toda crónica ha sido creada por una intención, que no necesariamente tiene que ser honesta, y toda datación se basa en el consenso que lo ubica en el mapa cronológico oficial. Incluso, el consenso es imprescindible para establecer la tabla de calibración con la que se trabaja el método de datación por radiocarbono, que nunca ha incorporado en su método la idea de una cronología manipulada, que invalida parte de su procedimiento. Es más, el método tiene importantes márgenes de error y es fácilmente manipulable. Pero esto no es suficiente, a los ojos conservadores, y a los de la opinión pública.

Hay una poderosa investigación que demuestra la veracidad de la Nueva Cronología, que quizás no tiene la historia real del todo reconstruida, pero sí demuestra que la cronología oficial está equivocada. Pero se niega, unilateralmente. Y esto deja de ser normal. De acuerdo con este enfoque aparece la siguiente hipótesis: no es la razón, sino la disonancia cognitiva quien niega la Nueva Cronología.

El motivo no es objetivo, es la dificultad en aceptar que el conocimiento histórico es erróneo, y que la historia es otra, como también lo son todas las fes y creencias que asociamos a unas determinadas historias. Por eso se niega. Impacta en la estructura de la psique, basada en certezas y suposiciones, sobre la que depositamos la confianza y la autoestima. Si las ideas, la realidad y la fantasía relacionada son erróneas, se nos plantea un grave conflicto, que evitamos. Así, la subjetividad subyacente reacciona y es capaz incluso de racionalizar la negación de múltiples formas, como encontrando explicaciones y razonamientos improvisados. Tal y como se hace ante cualquier afirmación que genera incredulidad, que molesta e incomoda, sea cierta o falsa, justa o injusta.

La Nueva Cronología ocasiona una disonancia cognitiva tal que pone en alerta a la psique sin que seamos conscientes de ello. Es recibida con una negación espontánea, si no se ha oído antes. Pero se racionaliza. Se ve como una broma de mal gusto, y rápidamente se buscan argumentos para posicionarse. Y esto no cuesta mucho, es tan sencillo como hacer valer todos los libros de historia oficiales y la ingente documentación asociada. Y, si se es un erudito todavía es más fácil, salvo que la erudición te haya llevado a la duda y hayas renunciado a considerarte una persona culta. Ciertamente, existen formas de rebatir esta racionalización argumentada, en el sentido de que la Nueva Cronología también lo tiene resuelto, pero ésta no es la cuestión. Está en juego la sintonía cognitiva.

Somos una mente consciente cuando razonamos y justificamos lo que entendemos, y otra inconsciente que nos cuida y vive en su mundo, que hace del espacio simbólico de las emociones la razón de su existencia, y nos manipula. Pero ignoramos que esta dualidad consciente-inconsciente requiere que, para que funcione, no sepamos que existe. Es una forma de mantener la vitalidad para sobrevivir en plenitud, sin que nos atormente la ignorancia.

Así, se racionaliza la negación de una certeza neocronológica de múltiples formas, para proteger el inconsciente, que se ha creído lo aceptado y compartido, y se resiste a mostrarse vulnerable y limitado por una conciencia rebelde, a la que desautoriza. Pero esto no es todo. La reacción es a todos los niveles, desde lo individual a lo grupal, en todas sus dimensiones. La anormalidad neocronológica no tiene espacio para nuestra conciencia, y tampoco para el propio inconsciente y todas las variantes de los inconscientes colectivos. No importa que las evidencias astronómicas y estadísticas, junto con los documentos que hoy en día decimos anacrónicos, nos lo dejen bien claro. Si debemos elegir entre la historia oficial y otra que nos hace ignorantes de la realidad y vacíos de conocimientos aprendidos, fe, creencias e intuiciones, donde, en definitiva, relajamos el inconsciente, y nuestra identidad, decidimos negarlo todo. Así nos sentimos más fuertes y todo parece más normal. Reaccionamos con indiferencia, prepotencia y, en su caso, violencia, a la disonancia cognitiva.

Reaccionamos de la misma manera que lo hacemos cuando todo animal se siente amenazado, con el matiz que el ser humano lo hace de forma especialmente contundente cuando la amenaza es intelectual y emocional. Así reacciona la mente, ante lo que le es difícil de digerir, aunque las pruebas sean claras e incuestionables. Aunque exista un derecho a la duda basada en una serie de hechos y evidencias que lo corroboran. Haciendo un símil con otras realidades, reacciona igual que cuando se planteó que no somos el centro del universo, o una creación divina, a los ojos de la fe y las creencias de la época. O, sin ir más lejos, también es cómo reacciona el Norte con el Sur Global con los migrantes: los expulsa y levanta fronteras, mientras les condena con la mente asentada sobre una pretendida superioridad histórica y moral. Como lo hace EEUU y la OTAN con toda fuerza económica y militar que no controla y teme, manipulando la realidad, ya manipulada desde Occidente tal y como muestra la Nueva Cronología. O como lo hace Israel frente a Palestina por el dominio de la Tierra Santa, que cree tener el derecho de apropiarse, precisamente (en gran parte) por la historia escrita, manipulada y que se sigue manipulando, por su gloria, con el apoyo militar de los EEUU.

En definitiva, la disonancia aparece en toda lucha, donde, como sociedades, una determinada élite, o quien se cree tener poder, se enfrenta a quien aspira a tenerlo o cree que el que tiene no es suficiente. Y claro, aparece en las luchas religiosas asociadas a grandes civilizaciones o variantes troncales de éstas. Así ha sido cuando se ha combatido el islam y el judaísmo por parte del cristianismo, y el catolicismo con el cristianismo que no sigue al Papa de Roma, así como toda fuerza colonial que ha sometido a los pueblos que ha masacrado, vencido o asimilado. Todo genocidio, pasado, presente y futuro es parte de esta reacción, como también lo es su negación y la capacidad destructiva del ser humano ante su propio hábitat y la naturaleza, que mucha gente niega o ignora conscientemente.

En este sentido, es digno de destacar el hecho de que esta investigación afecta más que a la razón o al conocimiento comunes. Afecta a la fe y las creencias personales y populares sobre las que nos vestimos como individuos y personajes públicos. Por ejemplo, al alterar el tiempo y las razones de los textos sagrados, y de la antigüedad, sin pretenderlo, la Nueva Cronología les quita la magia. Lo mismo ocurre cuando deja al descubierto la mano que lo ha manipulado: el poder de la élite política y sacerdotal. De hecho, expone, a los ojos públicos, la capacidad del ser humano de especular con los dioses, los mitos y el poder. En este sentido, pide, en cierto modo, pasar cierta vergüenza, y repensar demasiadas cosas. No es sencillo asumir que la fe religiosa sea una forma artificial de relajar ahí el sentido de la existencia, que hemos aceptado y nos cautiva, o que toda creencia trascendente nos hace creer que somos más libres, pero, a efectos inconscientes, es exactamente lo mismo que el hecho religioso. Para aceptarlo debemos cambiar el registro de la historia que hemos convertido en realidad, que no ponemos en duda.

Cuanto mayor sea la historia de la fe, más poderosa será su idea en nuestro interior. Si no es grande, dejará de tener poder. Y en esta historia cabe más que la fe, también hay espacio para las creencias y las alianzas. Creer en un destino o en las lecciones de la vida que te enseñan con una determinada intención, así como creer en la fuerza de un poder supremo que te abre la mente y te guía, como si de una intuición suprema se tratara, también es historia, en la medida en que hemos popularizado un relato que lo explica y lo hemos sabido colectivizar. Y más cuando, individualmente, es capaz de convertirse en una experiencia que se vive conscientemente y es capaz de cambiar la personalidad de quien la practica. De la misma forma, aliarse con un grupo y alinearse con sus ideas, te hace sentir poderoso. Son espacios ideológicos y simbólicos que disponen de narrativas sugerentes que hemos creado entre todos y nos acompañan, nos llenan la mente y los sentidos. Si se es religioso te da sentido a la vida, y si no lo eres, puedes sentir lo mismo con otros recursos como si de un secreto íntimo se tratara, que experimentas socialmente.

Los sacerdotes ayudan a las religiones, pero también lo hace la voz del inconsciente colectivo, alineada con una determinada cosmovisión de la realidad, atribuida a una o varias corrientes de pensamiento, generalmente asociadas a grupos, colectivos o variadas formas identitarias. No creer en una idea suprema o poderosa que rige el mundo o la realidad, o no identificarse con ninguna corriente o forma identitaria, te expone al vacío existencial. De la misma forma, explicar públicamente su efecto hipnótico, decir que no te deja pensar objetivamente, te conduce al aislamiento social. Esta reacción es común a todo el que vive y siente como propia cualquier creencia que acepta como real y poderosa en su interior. Y es importante porque forma parte de una necesidad vital, pero también es un problema. Sólo plantearse que la mente ha creado una fantasía existencial implica incorporar una disonancia cognitiva en el inconsciente, a todos los niveles, que hace de la psique, individual y colectiva, un problema cognitivo con el mundo y con uno mismo.

La historia consensuada te dice cómo se ha creado todo este espacio sobre el que apoyar las creencias, y cómo sentirse acompañado de razones que dan sentido a la vida. El inconsciente ha creado arquetipos, que compartimos con el próximo y que alimentamos con imágenes, textos y documentos, que la historia contiene. En el fondo nos da igual la historia, pero su poder reside en que nos la creemos. La historia es el fundamento de los mitos, los símbolos y los iconos, que alimentamos con narrativas y ceremonias de todo tipo, y que sintonizamos como fenómeno cognitivo. Es el culto más genuino, que contiene al sacrificio tradicional y es una forma voluntaria de sacrificar la libertad de la mente, para combatir y dejar reposar la debilidad mental frente al mundo creado como representación de la realidad que en el fondo apenas conocemos. Así, nos dirigimos a ellos, a estos textos, símbolos y ceremonias, para hablar con nosotros y entre nosotros, para alimentar la mente y relajarla cuando se excita o perturba. Todos estos espacios, que se articulan con la historia, conjuntamente, forman parte del mundo de las fes, las creencias y las intuiciones que hacemos verdades y refuerzan el espacio que con la razón no llegamos a controlar.

El espectro de la gran manipulación es muy burdo, y de apariencia sutil a los ojos de la ignorancia. Pero precisamente por su torpeza no se sabe ver. Aparece en todas las luchas religiosas, económicas y culturales, en las alianzas y las discrepancias, que compiten por hacer historia, por apropiarse de ella y, si es necesario, reescribirla. Un caso paradigmático es la gran manipulación que aplica cuando el cristianismo mesiánico pasa a substituir al judaísmo, que aparece como proyecto colonial, y no fruto de la impresión que suscitó al mundo la palabra del llamado “hijo de Dios padre”. Este capítulo, primordial, tiene que ver con la Nueva Cronología de una forma especial, y enlaza con la cruzada cátara, la Santa Inquisición y la expulsión y posterior persecución (y estigmatización) judía, así como con las raíces de los poderes tártaros y judíos de Europa Occidental. Forma parte de la lucha de las élites y los poderes vencidos a quienes se les ha manipulado la historia. Es la lucha de quien se resiste a desaparecer, y a renunciar a ser como se es, con la historia que le ha visto nacer, frente a quien quiere someterlo, crea su superioridad histórica y aspira a que el otro desaparezca como rival.

No hay malos y buenos, sino verdugos y víctimas en un pulso frenético para dominar la mente, el territorio y los recursos para controlarlo todo y beneficiarse de ello. De esto hemos hecho fes, creencias, verdades, conocimiento y una historia oficial que le da sentido, siendo todo ello un complejo espectro psíquico eminentemente manipulado y manipulador, capaz de manipular y controlar la realidad vivida desde el inconsciente colectivo.

Todas estas grandes y pequeñas construcciones destructivas, instintivas, pasadas y presentes, han escrito y siguen escribiendo la historia oficial que la Nueva Cronología desautoriza. Y seguirá haciéndolo en el futuro si no se deja de arrinconar y negar de la forma que se hace, irracionalmente, sin abrir la mente. Negarlo es una forma de resistirse a tener que hacer un esfuerzo por cambiar, y rehacer la REALIDAD, en mayúsculas. Por esta razón, cabe decir a quien se resiste a darle credibilidad:

“No es la razón, sino la disonancia cognitiva quien niega la Nueva Cronología”

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